domingo, 21 de diciembre de 2008

ENTREVISTA AL PADRE BRUNO RENAUD. "Las misiones deberían ser reajustadas a la realidad cambiante"

ARTÍCULO PUBLICADO EL 21 DE DICIEMBRE EN EL PERIÓDICO ÚLTIMAS NOTICIAS

Petare se ha convertido en una verdadera incógnita política. Los numerólogos de moda se han paseado con lupa por cada una de sus parroquias, incluso por la conformación de centros de votación y electores inscritos en el Registro Electoral. Es un ejercicio gimnástico que resulta una impostura, casi una frivolidad, frente a lo que dice y afirme Bruno Renaud, un sacerdote de origen belga, pero "nacido" en Barlovento. "El proceso político está en riesgo, pero no está condenado".

En Venezuela, aparentemente, las comunidades comienzan a organizarse para ser las dueñas de su propio destino. Desde una perspectiva social y política, ¿qué podría decir usted que vive en Petare?
Los consejos comunales son muy jojotos, muy incipientes. Algunos tienen mayor capacidad de dirección y organización. Es un proceso muy difícil, porque tanto en el presente como en el pasado las organizaciones han estado sometidas a la ley del ambiente.

Y esa ley ahora es complicada, porque hay presiones muy fuertes sobre los consejos comunales. Voy a referirme al caso concreto de una mujer que tiene un hijo malandro y viene a pedir para él una carta de referencia o de buena conducta. Una de dos: o le dan la carta o se tienen que atener a las consecuencias, que pudieran ser la violencia.

O el caso concreto de gente que se metió en un consejo comunal porque iba a haber un manejo tremendo y exagerado de dinero y la gente no tiene capacidad ni formación para eso; ni tiene tampoco la capacidad para realizar, eventualmente, un proyecto determinado. Más bien busca resolver un problema "donde yo vivo"; son defectos de la IV República que estamos viendo.

Este proceso político apuesta a los consejos comunales y muchas de las respuestas a los problemas del país se centran allí.

Eso es un ideal cuya realización veo muy endeble, muy frágil, porque no estamos preparados para eso. La preparación no es un proceso de seis meses o de un año, sino de largo plazo. El interés por la cosa pública, la capacidad de gerencia, la resistencia a todas la presiones; usted sabe que aquí el dinero hace y deshace cualquier cosa. Si la gente que tiene mayor formación y capacidad de gestión, gobernadores y alcaldes, no resisten, bueno, hay gente de abajo que sí es capaz de resistir, pero es muy temprano, es algo hacía donde habría que caminar, pero en lo inmediato es muy difícil.

¿No resulta demagógico plantearle esa salida a la gente?
No, porque es una idea hacia la cual habría que ir. Lo demagógico es otra cosa, es un propósito determinado. Aquí, en cambio, se trata de una figura ejemplar hacia la cual hay que ir caminando porque yo creo que sí, que la gente que está organizada en las pequeñas comunas tendría que poder asumir su propia gestión pública. Pero en este momento lo veo complicado. Está el caso de las cooperativas, del dinero que se destina a la producción, en la mayoría de los casos ha sido un fracaso. Se han creado decenas de miles de cooperativas que no tienen una producción cónsona con el dinero que manejan.

¿Eso es atribuible al fracaso de una gestión o a un modelo equivocado?
Creo que viene de un idealismo. No tenemos como pueblo, como sociedad, costumbres de manejar dinero y de manejar decisiones independientes de todas las presiones. Hay que situarse en el contexto histórico, cultural y sociopolítico de Venezuela en concreto que conocemos. Hay que aceptar nuestros defectos y nuestras limitaciones locales. Y quien pretenda negarlo, que mire la cantidad de desbarajustes que se producen en gobernaciones, en alcaldías y en las policías.

A mí me espanta constar cómo todas las policías se están corrompiendo, todas.

¿Venezuela realmente tiene posibilidades de salir de esta crisis? ¿Qué alternativas hay?
Entre todo y nada, uno tendría que apostar con confianza a algo. Por otra parte, los presupuestos de los consejos comunales, así como los de las alcaldías y gobernaciones son controlables. Desde la administración de Orlando Elbittar, un hombre que no era de mi simpatía pero que era un conocedor de la cosa pública y un hombre honrado, la gestión pública en Petare ha sido confiada a gente que no ha podido responder por los fondos utilizados. Pero de la misma forma, la gestión de Raoul Bermúdez. Esto ha sido un robo descarado. Si no ha habido control de las finanzas públicas de alcaldías y gobernaciones, más difícil es que un humilde consejo comunal pueda responder en forma responsable, ¿verdad?
¿A qué atribuye la derrota del chavismo en Petare?
Creo que la gestión del alcalde ha sido una catástrofe de ocho años que no ha podido ser escondida. Después de cuatro años yo, que soy de tendencia chavista, me preparaba para firmar el referéndum en su contra, pero fue reelegido en el límite, y cuando se hablaba con la gente se oían cosas como "qué se va hacer, vamos a votar por él, si no podría ser peor y, además, votamos por Chávez". Pero en realidad, él tenía una opinión pública chavista y antichavista en su contra. Nadie lo quería. Y yo acuso personalmente a un hombre como Chávez de no haber tenido la percepción, el olfato y la sensibilidad para darse cuenta de esto, o no haber escuchado a gente que le habría podido informar esto. De la misma manera, es una cosa espantosa que Diosdado Cabello, que por motivos sobrados tiene tanta gente en su contra, apenas salió de la gobernación haya sido nombrado en un puesto ministerial en el que hay un manejo tremendo de fondos públicos, y si hay una cosa que se le reprocha es precisamente esa. El nombramiento de los ministros no depende de la gente sino del Presidente. Y ahí digo que Chávez manifiesta una falta de percepción del sentir profundo de la mayoría de su entorno, inclusive chavista. Y eso a mí me parece grave.

Aquí estamos en el juego de que funcionó el voto castigo, que es propio del pasado, del quítate tú para ponerme yo. ¿Todo este proceso se hizo para esta pantomima?
Aquí no había muchas perspectivas. O votabas por un candidato que tampoco venía de las bases, como Jesse Chacón, o votabas por uno de oposición. Alguna gente me ha dicho: "dígame un solo argumento que justifique que sigamos votando por Chávez, una sola cosa buena que haya hecho por el barrio"... "pero mire, la salud, la educación, las misiones Ribas, Robinson, Cultura, Negra Matea, las casas de alimentación, que funcionan con mucha rectitud, fidelidad, cumplimiento". Les he dicho aquí no desaparece ni una papa, ni una cebolla hacia fondos privados. Por lo general son cosas que han funcionado. A mi modo de ver, todo esto tendría que ser cambiado y reajustado a la realidad cambiante. Habría que repensar una serie de cosas y da la impresión de que el Chávez de hoy es el mismo Chávez de cinco o seis años atrás.

Pero la situación ha cambiado. Debería volver a plantar raíces, pero más bien está tomando distancia.

¿Pero reconfigurar las cosas no es sólo un problema de Chávez sino de la gente, no?
Chávez ha tenido varios momentos. En 1999 fue la Constitución, luego vino un período de resistencia a los golpes; en esos años él ha demostrado una capacidad carismática para convencer y organizar a la gente, junto con otros hombres, Alí Rodríguez Araque, Jorge Rodríguez, el entonces ministro de la Defensa, Baduel, je, je. También ha tenido la capacidad de evolucionar de 2003 en adelante. Ha tenido la capacidad para defenderse, ¿hasta cuándo? Es difícil de decir, quizás hasta 2006. Pero después se produce una especie de cansancio en su creatividad. No ha sabido retomar el momento y darse cuenta de que las misiones en particular necesitan un replanteamiento. ¿Todas? Posiblemente todas. Ningún proyecto puede vivir con el éxito pasado. Tiene que ser dinámico. No sólo la acción y gestión deben replantearse, sino el sustrato ideológico, el planteamiento y el porqué, tienen que ser replanteados constantemente.

¿Se acabó la magia?
No lo creo, pero ha perdido su propia capacidad para recrear un carisma activo. Chávez sigue siendo un hombre carismático, pero hay factores que han cambiado: factores internacionales, factores de la oposición, al igual que factores de la vida política, social y económica. Es decir, no nos quedamos estáticos, y me temo que Chávez se haya quedado demasiado estático e incapaz de olfatear el cambio de los tiempos y el sentir de su gente. Él tendría que tener la capacidad de entablar un diálogo activo y la iniciativa tiene que partir de él, porque la gente está dispuesta a seguir hablándole.

No hay que ser muy inteligente para sacar la conclusión de que este proceso político está en riesgo.

En riesgo sí, pero no está condenado. Depende de la capacidad de Chávez para rebotar, para dialogar y olfatear. A fin de cuentas, él ha rebotado varias veces. Su carisma no está necesariamente apagado, pero si él no vuelve a recrear su propio pensamiento está condenado.

¿Eldesgaste, losdesaciertosyequivocaciones, no limitan esa capacidad para readaptarse?
El año pasado, después del 2-D, uno tenía inmensas ganas de reencontrarse con Chávez, pero no para que nos impresionara, no para que hablara, sino para que fuera capaz de preguntar ¿por qué? Uno tiene la impresión de que no ha tomado el tiempo para meditar no sólo sobre las cifras, sino sobre el porqué de esas cifras y hay, en mi opinión, un segundo fracaso relativo, porque la mitad de la población venezolana está gobernada por factores de oposición. Él puede decir que 80% de las alcaldías está en manos de chavistas, es verdad. Pero lo cierto es que cada uno de los bandos puede halar la cobija de su lado.

REGISTRO VERBAL
Desde la perspectiva de la espiritualidad, de la religiosidad ­porque no sólo de pan vive el hombre­, ¿dónde queda la redención de los venezolanos? Es una pregunta que viene como anillo al dedo en la víspera de Navidad, en un país que sigue empecinado en una división que no hace sino socavar los cimientos, quizás hasta llegar a la roca viva. El sacerdote Bruno Renaud ensaya lo que debería ser el papel que pudiera jugar una institución fundamental como la Iglesia Católica.

"Debería tener la capacidad para jugar un papel activo como mediadora entre bando y bando y no debería anteponer una opción política determinada delante de un proyecto pastoral. El pastor es aquel que tiene que reunir a todas las ovejas, grandes, chiquitas, gordas, flacas, de izquierda, de derecha, todas. Aquí jamás, nunca Renaud hace referencia a la sala de la casa parroquial-, me he permitido yo una sola palabra que tenga un significado activo de política partidista".

Es un papel que va más allá de un individuo y abarca a una institución.

"La Iglesia debe tener la capacidad pastoral, espiritual y técnica -es decir, organizativa y eficazpara instaurar un diálogo permanente, y esa capacidad tendría que venir de la Conferencia Episcopal. Pero la CEV en su pleno, aunque pudiera haber diferencias y matices, manifiesta un contubernio, un concubinato con la oposición. Y yo me rebelo contra esta opción. Y así mismo, digo que si la CEV manifestara el mismo carácter sesgado a favor de Chávez y en contra de la oposición, yo, dialécticamente, me pondría de lado de la oposición, porque yo pretendo que mi Iglesia sea capaz de tener una visión de conjunto".

jueves, 4 de diciembre de 2008

Dos grandes temas de Ludovico Silva

Piedras a la conciencia para que sea un arma, la filosofía en su lugar

Por: Luis Enrique Millán Arteaga*
Fecha de publicación: 03/12/08 en Aporrea


Mis ángeles son ángeles con sexo.

Yo, nada teológico, pero erecto y divino veo una mujer ángel en mis sueños

Ludovico Silva “El Sexo de los ángeles”


Podemos identificar en el trabajo de Ludovico Silva dos grandes temas, uno, el más amplio, de ambiciosa generalidad, no necesariamente de universalidad, es el referente a la cultura, su concepto de Contra-cultura. El otro, como desarrollo del concepto que denuncia la esencia depredadora del capitalismo, como desenvolvimiento histórico de la noción que señala la falsa condición de libertad en la que el obrero se desenvuelve, la Plusvalía Ideológica. Ahora, es necesario, a la par que identificamos, correr apresurados a defender lo identificado, defenderlo de ingratos y traicioneros ataques, uno de ellos, el más efectivo, y paradójicamente hecho muchas veces desde pretensiones ludoviquistas, es el que atrapa a ambos temas en la fosa común de las filosofías infértiles, agujero donde yacen, como momias coherentes, grandes herramientas de acción junto a los grandes e inertes sistemas filosóficos. Diremos entonces, con lo anterior, que la pelea que hay que dar por Ludovico, es la misma que Ludovico dio por Marx y su obra. Ésta pelea es, con todo el escozor que pueda producir, una pelea Contra-filosófica.

Ambos conceptos, ambos temas, no pueden pretenderse como objetos de especulación, como joyas del pensamiento intelectual venezolano, como los asexuados ángeles de la cristiandad. Dichos objetos deben aterrizar, ensuciarse, deben pasar a manos de los trabajadores, de los estudiantes, de los líderes comunitarios, de los activistas políticos, líderes campesinos, sectores políticamente avanzados de la egoísta clase media, amas de casa, en fin, deben traficarse como armas de manufactura casera, deben perder brillo, para hacerse profundas herramientas de acción política y social, y en ese espacio, el espacio de pelea y de batalla transformadora, como bien lo dijo el camarada Marx, no caben los filósofos, no caben las almas de oro y plata, es un espacio para los hombres y mujeres de bronce.

El concepto de Contra-cultura es la gran concepción de síntesis de la obra de Ludovico Silva. Tiene su origen en una definición muy seria, en potencial y vertiginoso tono de crítica, viene de la definición de cultura que Ludovico toma del economista marxista Samir Amin: “Para nosotros, la cultura es el modo de organización de la utilización de los valores de uso” (Amin, pág. 8). Inmediatamente saltan a la mente, se hacen concretos, los conceptos de Valor de uso y Valor de cambio. El gran problema es hacer de dicha definición una herramienta. Si no se desarrolla claridad sobre el avance de la visión mercantilista de la realidad llevada históricamente a cabo por el sistema capitalista mundial, difícilmente el concepto de Cultura dado por Samir Amin será provechoso para las luchas obreras.

Cuando hacemos referencia a la cualidad “categorial” del concepto de Contra-cultura, el énfasis está, no sólo en la manera que dicho concepto organiza la diversidad de producción teórica de Ludovico. Sus obras sobre poesía, crítica literaria, ensayo, temas políticos, los conceptos de alienación rastreados a lo largo y ancho de la obra marxiana, su crítica a los mass-media como potente y actual escenario de dominación capitalista, sino también, en la identificación de la relación antagónica en un escenario tradicionalmente estable, de acuerdo a la visión burguesa de la cultura. De manera similar podríamos considerar al concepto gramsciano de “bloque histórico”, sólo que no cae, como lo hacen Gramsci y sus acólitos, en la trampa del consenso que sustituye a la confrontación violenta.

No es que pensemos en el antagonismo cultura-contracultura de la misma manera que en Gramsci se concibe al Bloque Histórico, como una síntesis entre lo estructural y el conjunto de la superestructura, tales conceptos fueron, de paso criticados en su comprensión por Ludovico. Es más bien, como solución sintética, un concepto con la misma pretensión de totalidad, con la misma intensión de sistematicidad. Es necesario dejar claro, invitar a Gramsci es también ponerlo en su lugar, que la visión de la cultura que tiene Ludovico, no es, ni de cerca, la propuesta por Gramsci. Mientras el italiano, distanciándose de Marx, considera determinantes en primer orden a los elementos culturales sobre los estructurales, Ludovico, haciendo uso de la extraordinariamente simple definición de Samir, conecta el problema cultural con la determinante realidad de las relaciones de producción, además de incorporar, en el espacio aparentemente neutro de la cultura, la clave dialéctica, propia de la forma de expresión marxista.

Decíamos entonces, antes de este rodeo aclaratorio, que los conceptos de valor de uso y valor de cambio entran en acción, y son, desde sus inicios aristotélicos, herramientas que Marx revive, y que en la actualidad, nos permiten una perspectiva de acción y de transformación revolucionaria. Adam Smith consideraba como “natural” la propensión del hombre a trocar y cambiar una cosa por otra, desde allí, el pensador liberal, El invocar el pensamiento del inglés defensor de los intereses burgueses, tiene como fin señalar una clara determinación de nuestro capitalismo doméstico: el retroceso de los valores de uso ante el avance de la mercantilización de todos los espacios de la realidad, fondo contra el que se proyecta la reivindicación de la utilidad de los productos del trabajo humano como forma necesaria del avance hacia el socialismo.

Desde esta perspectiva de la concepción de la cultura podemos entender diversas formas de acción, establecer la conexión con las relaciones de producción, comprender el fenómeno del avance capitalista en la dirección de la visión mercantilista, y, mucho más allá, identificar el conflicto solapado en apariencia, pero de altísima intensidad, que se da a nivel de las formas de penetración cultural del capitalismo y las acciones contraculturales en el seno del avance del socialismo. Leemos de Ludovico:

Nada de extraño tiene pues, que el arte y la ciencia auténticos, cuando se logran desideologizar, sea en esos países un anti-arte y una anti-ciencia, es decir, una contracultura. La sociedad capitalista expresa su alienación a través de una profunda deshumanización de las relaciones sociales, todas ellas basadas en el dinero. Sólo su contracultura, sus científicos y artistas rebeldes y radicales, se encargan, aunque minoritariamente, de recordarle a esa sociedad que ninguna civilización es verdaderamente grande si no asume como primera función el humanismo. (Silva, 2006, pág. 20)

En la concreción del concepto de Contracultura, Ludovico hace una crítica del concepto de “superestructura”. Tal término, superestruktur, muy poco utilizado por Marx en sus textos, y de carácter netamente figurativo, sustituye, erradamente, al término ueberbau, cuya significación: fachada, parte visible de un edificio, es más adecuada, ya que no es solidaria con el error interpretativo de separar a la sociedad en dos “niveles”, error que pone a los marxistas y marxólogos a hablar en una suerte de jerga platónica, como si el problema de la ideología estuviera flotando, en la superestructura, por encima de la estructura material.

Dice Ludovico, en torno a la superestructura, entendida como una metáfora de Marx hecha en 1859, que está dividida en dos grandes regiones: la ideológica y la cultural, división específicamente analítica, lo cual nos pone en contacto con elementos abstractos que deben ser entendidos dialécticamente, de lo cual podemos entender la íntima relación entre dichas regiones. Tal análisis pone en evidencia el trabajo hecho desde ciertos campos de actividad “técnica”, “científica”, a favor de la conservación del poder de la clase burguesa. El mismo Marx, podemos leerlo en el libro El Estilo Literario de Marx, de Ludovico (Silva, 2007), asume en su obra, a la par de una estructura, de un esqueleto científico, la dinámica de una musculatura expresiva. El recurso a la literatura, la poesía, al igual que tomar de los sistemas filosóficos infinidad de metáforas, es utilizado de forma magistral por Marx, siendo cada una de sus obras publicadas, durante su vida, ejemplos de armonía expresiva junto a filosa crítica y profundidad científica.

En ese escenario de íntimo intercambio histórico-social, entre la ideología y la cultura, podemos ubicar el concepto de plusvalía ideológica. Leamos algo previamente escrito por Ludovico, al definir ideología:

El lugar social de la ideología está, hoy, en los medios de comunicación –como antes lo estaba en los libros y en el parlamento- y su lugar individual reside en lo que Freud llamaba el Preconsciente de la psique humana, lugar que Lacan describe como “estructurado como un leguaje”. (Silva, 2006, pág. 29)

La intención es clara, Marx tocó muchas veces el problema de la cultura, Ludovico señala pasajes de El Capital donde, desde la particular forma crítica de Marx, esto es, el desenmascaramiento, se hacen señalamientos sobre la valoración del hombre de trabajo en cuanto a su enfrentamiento con la cultura hecha capital. Pero hay más, la responsabilidad del marxista es la de, constantemente, sacar chispas y fuego de los textos e ideas de Marx. Si un día nada original sale de sus palabras y acciones, será el clarín que llame a nuevas construcciones para la transformación. Ludovico incorpora, no sólo la actualidad, hoy de urgente revisión, del peligro mass-mediático, sino que, de forma coherente, asume a la teoría freudiana, con clara conciencia de ser, el hombre de Freud, un hombre histórico y social. Dice más adelante:

En los niños que han nacido con la televisión, las representaciones ideológicas, esencialmente comerciales, pueden asumir el carácter de la representación inconsciente; pero en la mayoría de los casos, se trata de un condicionamiento de la Preconciencia, que a través de los mensajes y pseudoculturales se convierte en la más leal defensora inconsciente del sistema de explotación. (Silva, 2006, pág. 29)

Más adelante, casi que inmediatamente, remata la definición poniendo en el escenario el concepto de Plusvalía Ideológica:

Ello engendra en el psiquismo humano eso que Marx llamaba “fetichismo” y que yo prefiero llamar “producción de plusvalía ideológica”, que consiste en todo el excedente de energía psíquica que se pone al servicio del capital, transformada en verdadero “capital ideológico” del sistema, puesto al servicio del capital material. (Silva, 2006, págs. 29-30)

Es necesario hacer aquí varias aclaratorias. Al abordar lo relacionado con el valor de la fuerza de trabajo, elemento fundamental para entender el origen de la plusvalía, Marx hace la siguiente precisión: “El valor de la fuerza de trabajo se determina, como en el caso de cualquiera otra mercancía, por el tiempo de trabajo necesario para la producción, y, en consecuencia, también para la reproducción de este artículo especial (…)” (Marx, 1975, págs. 189-190), debe quedar claro -para fines no simplemente contemplativos-, que, entender el origen de la plusvalía, es entender también el carácter del concepto de plusvalía ideológica. Entender sus formas de evolución históricas, entender su forma de desarrollo presente, su alcance y presencia más allá del espacio de labor, su permanencia a lo interno de la psiquis del trabajador, del niño, de la mujer y el hombre atrapado por los mecanismos ideológicos cada vez más poderosos. El espacio de acción de la plusvalía ideológica, es justamente el espacio de la reproducción de la fuerza de trabajo, leemos más de Marx: “(…) en otras palabras, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento del trabajador (…). Sus medios de subsistencia deben (…) ser suficientes para mantenerlo en su estado normal como individuo laborante. (Marx, 1975, págs. 189-190).

Pero ese mecanismo, que arroja como efecto el “mantener” al trabajador en actitud laborante, no sólo es atribuible a las necesidades biológicas, no sólo tiene un origen “natural”, no; tras ese fenómeno se halla toda una estructura de confusión y enajenación, no sólo alcanza al obrero esta estructura de indetenible dinámica. Funciona en su familia, sus hijos, sus referentes morales, va acumulándose en su psiquis, arroja de su mente las justas objeciones a sus privaciones, y las sustituye por necesidades falsas, se va acumulando y orientándose a hacer del obrero mismo, el principal defensor de un esquema de explotación en el que deja la vida.

La plusvalía ideológica no refiere a un proceso análogo, en sentido estricto, a la producción de valor que refiere la plusvalía material. Es justamente en el proceso de reproducción, justo cuando se ponen en acción formas no materiales de justificación de la explotación, justo cuando el obrero debe decidir entre rechazar situaciones indignas, y el llamado coherente, desde la perceptiva social capitalista, a ser responsable, a ser un ejemplo, es allí mismo cuando podemos ver en acción el “capital” ideológico que resguarda un orden nada estático. Leamos un poco más a Ludovico:

Yo diría que la fuerza de trabajo espiritual es una fuerza productiva capaz de crear plusvalía ideológica, y que su medida económica viene dada por la medida en que esa plusvalía inmaterial sirva de soporte a la plusvalía material: caso, por ejemplo, de los “investigadores de mercado”, los “analistas motivacionales”, los “genios de la propaganda”, los “psicólogos industriales” y los artistas y literatos al servicio del capital. (Silva, 1975, págs. 169-170)

Lo fundamental del concepto, de los dos grandes conceptos de la obra de Ludovico, es, en sí, su condición de herramientas de transformación. Elevarlos a sistema filosófico o a joyas literarias, es arrebatarlos de su lugar de acción, quitarlos de los espacios de reflexión obrera y revolucionaria, hacerlos tristes leones encerrados, tontas armas de museo. Si la plusvalía ideológica no aporta elementos de lucha concreta, si el concepto de contracultura no nos permite identificar el conflicto, la lucha clasista, llevada a cabo en contra de los elementos ideológicos de la cultura capitalista, podemos decir entonces, que nada original hay, en Ludovico, y si este es el caso, entonces, camaradas, lo perdimos para siempre.

Bibliografía

Amin, S. Eloge du Socialisme. Paris: Anthropos.

Marx, C. (1975). El Capital. Crítica de la Economía Política. México: Fondo de Cultura Económica.

Silva, L. (1975). Anti-manual para uso de Marxistas, Marxólogos y Marxianos. Caracas: Monte Ávila Editores.

Silva, L. (2006). Contracultura. Caracas: Fondo Editorial IPASME.

Silva, L. (2007). El Estilo Literario de Marx. Caracas: Fondo Editorial IPASME.



*Profesor UBV

proyectsucre@yahoo.es

PFG. Estudios Políticos y Gobierno

martes, 2 de diciembre de 2008

Conversaciones con Chávez y Castro

por Sean Penn
The Nation

Traducido para Rebelión por Germán Leyens y Manuel Talens

Joe Biden, quien pronto iba a ser el vicepresidente electo de mi país, alentaba a las tropas: "No podemos seguir dependiendo de Arabia Saudí o de un dictador venezolano para la energía". Bueno, yo sé muy bien lo que es Arabia Saudí. Pero como en 2006 estuve en Venezuela visitando ranchitos, mezclándome con la acaudalada oposición y pasando días y horas entre los seguidores del presidente, me pregunté –sin preguntármelo– a quién se estaría refiriendo el senador Biden.
Hugo Chávez Frías es el presidente democráticamente elegido de Venezuela, y cuando digo democráticamente quiero decir que se ha presentado una y otra vez ante los votantes en elecciones avaladas por observadores internacionales y ha logrado grandes mayorías en un sistema que, a pesar de sus defectos e irregularidades, ha dado a sus oponentes la oportunidad de que lo derroten y ocupen su cargo, tanto en un referéndum nacional el año pasado como en las recientes elecciones regionales de noviembre.

En cambio las palabras de Biden representaban la clase de retórica que nos metió hace muy poco en una costosa guerra en la que se pierden vidas y dinero, en una guerra que si bien derrocó a un pendejo en Iraq, también ha derrocado los principios más dinámicos sobre los cuales se fundó Estados Unidos, ha reforzado el reclutamiento de Al Qaeda y ha conducido a la deconstrucción de las fuerzas armadas estadounidenses.

A estas alturas, el pasado mes de octubre de 2008 ya había digerido mis anteriores visitas a Venezuela y Cuba y el tiempo que pasé con Chávez y Fidel Castro. Soy cada vez más intolerante con la propaganda. Incluso si el propio Chávez tiene tendencia a la retórica, nunca ha sido el causante de una guerra. Así que decidí hacerle otra visita con la esperanza de desmitificar a ese "dictador". Para entonces ya había llegado a comentar con mis amigos en privado: "Es verdad, puede que Chávez no sea un hombre bueno, pero también es posible que sea un gran hombre".

Entre las personas a quienes dije esto se encontraban el historiador Douglas Brinkley y Christopher Hitchens, el columnista de Vanity Fair. Los dos eran complementos perfectos. Brinkley es un pensador muy estable, cuyo código ético de historiador garantiza su adhesión a pruebas insuperablemente razonadas. Hitchens, un astuto artesano de la palabra siempre demasiado imprevisible en sus preferencias, es un valor seguro desde cualquier punto de vista, que una vez en una tertulia televisiva calificó a Chávez de "payaso rico en petróleo". Aunque Hitchens es igual de íntegro que brillante, puede ser combativo hasta la intimidación, como lo demostró una vez con sus duros comentarios sobre Cindy Sheehan, la santa activista contra la guerra. Brinkley e Hitchens equilibrarían cualquier sesgo que percibieran en mi escritura, además de ser un par de tipos con quienes me lo paso muy bien y a quienes quiero mucho.

De modo que llamé a Fernando Sulichin, un viejo amigo y productor de cine independiente de Argentina con buenas conexiones y le pedí que los hiciera investigar y obtuviese el visto bueno para entrevistar a Chávez. Además, queríamos volar desde Venezuela a La Habana, así que le pedí a Fernando que solicitara entrevistas por cuenta nuestra con los hermanos Castro, la más urgente con Raúl, quien en febrero había tomado las riendas del poder de manos de un Fidel enfermo y nunca había otorgado una entrevista a un extranjero. Yo había viajado a Cuba en 2005, cuando tuve la fortuna de encontrarme con Fidel, y estaba ansioso por hacerle una entrevista al nuevo presidente. El teléfono sonó a las 2 de la tarde del día siguiente.

–Mi hermano –dijo Fernando–, lo logré.

Nuestro vuelo de Houston a Caracas se retrasó por problemas mecánicos. Era la 1 de la madrugada, y mientras esperábamos, Hitchens daba vueltas impaciente de un lado para otro.

–Los problemas casi nunca vienen solos –dijo.

Debió gustarle cómo sonó, porque volvió a decirlo. Era el pesimista de Dios. Le dije:

–Hitch, va a salir bien. Nos van a conseguir otro avión y llegaremos a tiempo.

Pero el pesimista de Dios es en realidad el pesimista ateo de Dios. Y yo no tardaría en ser testigo de la claridad de su ateísmo. De hecho, hubo otro problema. Bueno, salió bien y mal, como se verá. Despegamos dos horas después.

Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Caracas, Fernando estaba allí para recibirnos. Nos condujo a una terminal privada, donde esperamos la llegada del presidente Chávez, quien nos llevó con él de gira electoral a la maravillosa Isla Margarita en plena campaña para las elecciones a gobernador.

Pasamos los dos días siguientes en la constante compañía de Chávez, con muchas horas de reuniones a solas entre los cuatro. En las dependencias privadas del avión presidencial descubrí que cuando Chávez habla de béisbol su dominio del inglés sube de grado. Cuando Douglas le pregunta si habría que abolir la Doctrina Monroe, Chávez –que quiere escoger cuidadosamente sus palabras– regresa al español para explicar los matices de su posición contra dicha doctrina, que ha justificado la intervención estadounidense en Latinoamérica durante casi dos siglos.

–Hay que romper la Doctrina Monroe –dice–. Hemos tenido que aguantarla durante más de doscientos años. Siempre vuelve al viejo enfrentamiento de Monroe con Bolívar. Jefferson solía decir que Estados Unidos debería tragarse una tras otra las repúblicas del sur. El país en el que nacisteis se basó en una actitud imperialista.

Los servicios venezolanos de inteligencia le dicen que el Pentágono tiene planes para invadir su país.

–Sé que están pensando en invadir Venezuela –dice. Parece que ve el fin de la Doctrina Monroe como una medida de su destino–. Nadie podrá volver aquí para exportar nuestros recursos naturales.

¿Le preocupa la reacción de Estados Unidos a sus atrevidas declaraciones sobre la Doctrina Monroe? Cita a José Gervasio Artigas, el luchador uruguayo por la libertad:

–Con la verdad no ofendo ni temo.

Hitchens está sentado en silencio, tomando notas durante toda la conversación. Chávez reconoce un brillo escéptico en sus ojos.

–CRÍS-a-fer, hazme una pregunta. Hazme la pregunta más difícil.

Ambos comparten una sonrisa. Hitchens le pregunta:

–¿Cuál es la diferencia entre usted y Fidel?"

Chávez dice:

–Fidel es comunista, yo no. Yo soy socialdemócrata. Fidel es marxista-leninista. Yo no. Fidel es ateo. Yo no. Un día discutimos sobre Dios y Cristo. Le dije a Castro: "Yo soy cristiano. Creo en los Evangelios Sociales de Cristo". Él no. Simplemente no cree. Más de una vez Castro me ha dicho que Venezuela no es Cuba, que no estamos en los años sesenta.

–Ya ve –dice Chávez–. Venezuela tiene que tener un socialismo democrático. Castro ha sido un profesor para mí. Un maestro. No en ideología, sino en estrategia.

Tal vez irónicamente, John F. Kennedy es el presidente de Estados Unidos favorito de Chávez.

–Yo era un muchacho –dice-. Kennedy era la fuerza impulsora de la reforma en Estados Unidos.

Sorprendido por la afinidad de Chávez por Kennedy, Hitch se suma a la conversación y menciona el plan económico de Kennedy para Latinoamérica, contrario a Cuba.

–¿Fue algo bueno la Alianza para el Progreso?

–Sí –dice Chávez–. La Alianza para el Progreso fue una propuesta política para mejorar las condiciones. Apuntaba a reducir la diferencia social entre culturas.

La conversación entre los cuatro continuó en autobuses, en mítines y en inauguraciones en toda Isla Margarita. Chávez es incansable. Se dirige a cada nuevo grupo durante horas bajo un sol ardiente. Duerme como máximo cuatro horas por la noche y pasa la primera hora de la mañana leyendo noticias del mundo. Y una vez que está en pie, es incontenible a pesar del calor, de la humedad y de las dos capas de camisetas rojas revolucionarias que lleva puestas.

Tres eran mis motivaciones primordiales para este viaje: incluir las voces de Brinkley e Hitchens, profundizar mi conocimiento de Chávez y de Venezuela y ejercitar mi mano de escritor, así como recabar la ayuda de Chávez para que convenciese a los hermanos Castro de que nos recibieran a los tres en La Habana. Aunque Fernando me había dicho que la tercera parte del puzzle estaba aprobada y confirmada, en algún lugar de nuestros intercambios culturales, lingüísticos y telefónicos había habido un malentendido. Mientras tanto, CBS News estaba esperando un informe de Brinkley, Vanity Fair uno de Hitchens y yo escribía por cuenta de The Nation.

Al cabo de tres días en Venezuela le dimos las gracias al presidente Chávez por el tiempo que nos había dedicado, los cuatro allí parados entre el personal de seguridad y la prensa en el Aeropuerto Santiago Marino de Isla Margarita. Brinkley tenía una última pregunta que hacerle, y yo también.

–Señor presidente –le dijo-, si Barack Obama sale elegido presidente de Estados Unidos, ¿aceptaría usted una invitación para volar a Washington y reunirse con él?

Chávez dijo sin dudarlo:

–Sí.

Cuando me tocó a mí, le dije:

–Señor presidente, para nosotros es importante que nos reciban los Castro. Es imposible contar la historia de Venezuela sin incluir a Cuba y es imposible contar la historia de Cuba sin los Castro.

Chávez nos prometió que llamaría al presidente Raúl Castro en cuanto estuviera en su avión y que se lo pediría en nuestro nombre, pero nos advirtió que era poco probable que Fidel, el hermano mayor, pudiera responder tan rápido, ya que ahora está escribiendo y reflexionando mucho, no viendo a mucha gente. Tampoco podía hacer promesa alguna con respecto a Raúl. Chávez subió a su avión y vimos cómo partía.

A la mañana siguiente volamos a La Habana. Lo diré todo: el Ministerio del Poder Popular para la Energía y Petróleo de Venezuela nos prestó un avión. Si alguien quiere referirse a eso como un soborno, que haga lo que quiera. Pero cuando lea el próximo informe de un periodista que viaja en el Air Force One o que sube a bordo de un avión de transporte militar de Estados Unidos, que por favor repudie también ese artículo. Apreciamos el lujo de aquel viaje, pero eso no ha influenciado el contenido de nuestros reportajes.


"Son muy pocas las veces que los problemas vienen solos"

Yo estaba arriesgando mucho. El hecho de subir al avión hacia La Habana sin tener garantía alguna de que iba a ver a Raúl Castro me llenaba de ansiedad. Christopher había cancelado a última hora varios compromisos de conferencias importantes para hacer el viaje. No acostumbra a dejar colgada a la gente. De modo que, para él, era lo tomas o lo dejas y se estaba poniendo nervioso. Douglas, profesor de Historia en la Universidad Rice, tenía que volver de forma inminente a sus obligaciones académicas. Fernando sentía el peso de que esperásemos de él que fuera nuestro ariete. Y yo, bueno, contaba con la llamada de Chávez a Castro, tanto para obtener la entrevista como para salvar mi culo ante mis compañeros.

Aterrizamos en La Habana cerca del mediodía y en la pista de aterrizaje nos recibieron Omar González Jiménez, presidente del ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos), y Luis Alberto Notario, jefe del ala de coproducción internacional del Instituto. Había estado con ambos durante mi anterior viaje a Cuba. Comenzamos a hablar de cosas personales de camino a la oficina de aduana, hasta que Hitch se adelantó y, sin vergüenza alguna, le exigió a Omar:

–Señor, ¡tenemos que ver al presidente!

–Sí –respondió Omar–. Estamos informados de su solicitud y hemos informado al presidente. Estamos todavía esperando su respuesta.

Durante el resto de ese día y hasta la tarde siguiente torturamos a nuestros anfitriones con un incesante son de tambor: Raúl, Raúl, Raúl. Supuse que si Fidel estaba en condiciones y podía encontrar el tiempo necesario, llamaría. Y si no, yo seguiría agradecido por nuestro encuentro anterior y se lo dije en una nota que le envié a través de Omar. De Raúl sólo sabía por lo que había leído y no tenía la menor idea de si nos vería o no.

Los cubanos son gente particularmente calurosa y hospitalaria. Mientras nuestros anfitriones nos llevaban por la ciudad, me di cuenta de que la cantidad de coches estadounidenses de los años cincuenta había disminuido incluso en los pocos años que habían pasado desde mi último viaje, para ser reemplazados por coches rusos más pequeños. Al pasar rápidamente por el Malecón ante la Sección de Intereses de Estados Unidos –de agresivo aspecto– donde las olas que se rompen contra la orilla salpican a los coches de pasada, noté algo casi indescriptible de la atmósfera en Cuba: la presencia palpable de una historia arquitectónica y humana en un pequeño trozo de tierra rodeado de agua. Incluso el visitante siente el espíritu de una cultura que proclama de diversas maneras, "Éste es nuestro sitio especial".

Serpenteamos a través de La Habana Vieja, y en una exposición revestida de vidrio que hay frente al Museo de la Revolución vimos el Granma, el barco que transportó a los revolucionarios cubanos desde México en 1956. Continuamos hacia el Palacio de Bellas Artes, con su colección de muestras apasionadas y políticas, que es un corte transversal de la profunda reserva de talento de Cuba. Luego visitamos el Instituto Superior de Artes y después fuimos a cenar con el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón, y Roberto Fabelo, un pintor al que invitaron al saber que yo había expresado aquella tarde mi aprecio por su obra durante la visita al museo. A medianoche aún no había noticias de Raúl Castro. Después, nos llevaron a la casa del protocolo, donde descansamos hasta el alba.

A mediodía del día siguiente, el reloj sonaba con machaconería en nuestros oídos. Nos quedaban dieciséis horas en La Habana antes de que tuviéramos que ir al aeropuerto para tomar nuestros vuelos de regreso. Estábamos sentados alrededor de una mesa en La Castellana, un lujoso bodegón de La Habana Vieja, con un gran grupo de artistas y músicos que, dirigidos por el reputado pintor cubano Kcho, habían establecido la Brigada Marta Machado, una organización de voluntarios que ayuda a las víctimas de los huracanes Ike y Gustav en la Isla de la Juventud. La brigada tiene pleno apoyo de dinero, aviones y personal del gobierno, algo que habría sido la envidia de nuestros voluntarios en la Costa del Golfo después del huracán Katrina. También se juntó con nosotros para el almuerzo Antonio Castro Soto del Valle, un apuesto joven de carácter modesto, de 39 años, que es hijo de Fidel. Antonio, que estudió Medicina, es el médico del equipo nacional de béisbol de Cuba. Tuve una breve pero agradable charla con él y volví a repetirle nuestro deseo de ver a Raúl.

El reloj ya no sonaba, aporreaba. Omar me dijo que dentro de muy poco conoceríamos la decisión del presidente. Con los dedos cruzados, Douglas, Hitch, Fernando y yo volvimos a la casa del protocolo para hacer nuestras maletas de antemano. A las 6 de la tarde nos quedaban diez horas. Yo estaba sentado abajo, en la sala de estar, leyendo bajo la brumosa luz del ocaso vespertino. Hitch y Douglas estaban arriba en sus habitaciones, supongo que durmiendo la siesta para vencer la ansiedad. Y en el sofá, a mi lado, Fernando roncaba.

Entonces apareció Luis ante nuestra puerta de entrada, que estaba abierta. Lo miré por encima de mis gafas mientras me hacía un gesto muy directo. Sin palabras, señalé con el dedo hacia la parte de arriba de las escaleras, donde estaban acostados mis compañeros. Pero Luis meneó la cabeza como si se estuviese disculpando.

–Sólo usted –dijo.

El presidente había tomado su decisión.

Pude escuchar en mis oídos el eco de las dudas de Hitch, "son muy pocas las veces que los problemas vienen solos". ¿Se refería a mí? Et me, Bruto? En cualquier caso, me eché la mano al bolsillo trasero para asegurarme de que tenía mi libreta de notas venezolanas, busqué mi pluma, agarré mis gafas y salí con Luis. Justo antes de cerrar la portezuela del coche que nos estaba esperando, escuché la voz de Fernando que me llamaba:

–¡Sean!

El coche arrancó.

Voy a ver al mago


En Estados Unidos el presidente cubano Raúl Castro, antiguo ministro de Defensa de la isla, está considerado como un "frío militarista" y un "títere" de Fidel. Pero el joven revolucionario con coleta de la Sierra Maestra está demostrando que las serpientes se equivocan. Por cierto, el "raulismo" está creciendo junto con un reciente auge económico industrial y agrícola. El legado de Fidel, como el de Chávez, dependerá de la sostenibilidad de una revolución flexible, que pueda sobrevivir a la partida de su líder por muerte o renuncia. Fidel ha sido subestimado una vez más por el Norte. Al elegir a su hermano Raúl ha puesto las decisiones políticas diarias de su país en una manos formidables. En un informe del Consejo de Asuntos Hemisféricos, el portavoz del Departamento de Estado, John Casey, reconoció que el raulismo podría llevar a una "mayor apertura y libertad para el pueblo cubano".

Muy pronto me veo sentado a una pequeña mesa lustrada en un despacho del gobierno, con el presidente Castro y un traductor.

–Fidel me llamó hace un momento -me dice–. Quiere que lo llame después de que hayamos hablado.

Hay un humor en la voz de Raúl que recuerda una vida de afectuosa tolerancia por el ojo vigilante de su gran hermano.

–Quiere saber todo sobre lo que hablamos –dice con risita de sabio–. Nunca me gustó la idea de conceder entrevistas –añade–. Uno dice muchas cosas, pero cuando se publican aparecen recortadas, condensadas. Las ideas pierden su significado. Me han dicho que sus películas son largas. Quién sabe si su periodismo será largo también.

Le prometo que escribiré lo más rápido posible y que imprimiré todo lo que escriba. Me dice que ha prometido informalmente a otros su primera entrevista como presidente y, como no quiere multiplicar lo que podría ser interpretado como un insulto, me ha escogido a mí solo, sin mis compañeros.

Castro y yo compartimos sendas tazas de té.

–Hoy hace cuarenta y seis años, exactamente a esta hora, movilizamos las tropas. Almeida en el Oeste, Fidel en La Habana, yo en Oriente. A mediodía habían anunciado que en Washington el presidente Kennedy iba a pronunciar un discurso. Fue durante la crisis de los misiles. Preveíamos que el discurso sería una declaración de guerra. Después de su humillación en Bahía de Cochinos, la presión de los misiles [que según afirma Castro eran estrictamente defensivos] representaría una gran derrota para Kennedy. Kennedy no toleraría esa derrota. Hoy estudiamos con mucho cuidado a los candidatos en Estados Unidos, estamos centrados en McCain y Obama. Miramos con lupa todos sus viejos discursos. En particular los pronunciados en Florida, donde oponerse a Cuba se ha convertido en un negocio rentable para muchos. En Cuba tenemos sólo un partido, pero en Estados Unidos hay muy poca diferencia. Ambos partidos son una expresión de la clase gobernante.

Dice que los miembros actuales del lobby cubano de Miami son descendientes de la riqueza de la era de Batista o terratenientes internacionales "que sólo pagaron centavos por su tierra" mientras Cuba vivía bajo el dominio absoluto de Estados Unidos durante sesenta años.

–La reforma agraria de 1959 fue el Rubicón de nuestra Revolución. Una sentencia de muerte para nuestras relaciones con Estados Unidos.

Castro parece estudiarme mientras toma otro sorbo de té.

–En aquel momento no se discutía de socialismo ni de ningún trato de Cuba con Rusia. Pero la suerte estaba echada.

Después de que el gobierno de Eisenhower atentó contra dos barcos con un cargamento de armas que iban a Cuba, Fidel extendió su mano a antiguos aliados. Dice Raúl:

–Se las pedimos a Italia. ¡No! Se las pedimos a Checoslovaquia. ¡No! Nadie nos daba armas para defendernos, porque Eisenhower los había presionado. Así que cuando Rusia nos las dio no tuvimos tiempo para aprender a utilizarlas antes de que Estados Unidos nos atacase en Bahía de Cochinos.

Se ríe y se dirige a un servicio adyacente, desapareciendo un momento tras una pared, tras lo cual vuelve de inmediato a la sala, y bromea:

–A los 77 años es culpa del té.

Bromas aparte, Castro se mueve con la agilidad de un hombre joven. Hace ejercicio a diario, sus ojos brillan al mirar y su voz es potente. Reanuda la conversación donde la dejó.

–Sabes, Sean, hay una famosa fotografía de Fidel de cuando la invasión de Bahía de Cochinos. Él está parado frente a un tanque ruso. Todavía no sabíamos ni siquiera cómo dar marcha atrás con aquellos tanques –se ríe–. ¡La retirada no está entre nuestras opciones!

Raúl Castro se muestra cálido, abierto, lleno de energía y hace alarde de una aguda inteligencia.

Retomo el asunto de las elecciones estadounidenses y le repito la pregunta que Brinkley le hizo a Chávez:

–¿Aceptaría Castro una invitación a Washington para reunirse con el presidente Obama, suponiendo que gane, sólo pocas semanas después?

Raúl Castro reflexiona:

–Es una pregunta interesante –dice, y se sume en un largo, incómodo silencio, hasta que termina por añadir–: Estados Unidos tiene el proceso electoral más complicado del mundo. Hay ladrones electorales con mucha experiencia en el lobby cubano-americano de Florida…

Lo interrumpo:

–Creo que ese lobby se está deshaciendo -y con la seguridad de un optimista a toda prueba, añado–: Obama va a ser nuestro próximo presidente.

Castro sonríe, al parecer a causa de mi candidez, pero su sonrisa desaparece mientras dice:

–Si no lo matan antes del 4 de noviembre será su próximo presidente.

Le señalo que todavía no ha respondido a mi pregunta sobre el encuentro en Washington.

–Sabes –dice–, he leído las declaraciones que ha hecho Obama sobre que mantendrá el bloqueo.

Hago un breve comentario:

–Utilizó la palabra embargo.

–Sí –dice Castro–, el bloqueo es un acto de guerra, así que los estadounidenses prefieren hablar de embargo, una palabra que se utiliza en documentos legales… Pero, en cualquier caso, sabemos que se trata de lenguaje preelectoral y que también ha dicho que está dispuesto a discutir con cualquiera.

Raúl interrumpe su propio discurso:

–Probablemente estés pensando, vaya, el hermano habla tanto como Fidel –nos reímos los dos–. No suele ser así, pero ya sabes, Fidel… una vez había una delegación aquí, en esta sala, de China. Varios diplomáticos y un joven traductor. Creo que era la primera vez que el traductor estaba con un jefe de Estado. Habían tenido un vuelo muy largo y estaban bajo los efectos del desfase horario. Fidel, por supuesto, lo sabía, pero siguió hablando durante horas. Pronto, a uno que estaba al final de la mesa, justo ahí [señala una silla cercana] se le empezaron a cerrar los ojos. Luego a otro, y a otro. Pero Fidel seguía hablando. No pasó mucho tiempo hasta que todos, incluido el de más rango, al que Fidel le había estado dirigiendo directamente la palabra, estaban roncando. Así que Fidel volvió los ojos hacia el que estaba despierto, el joven traductor, y siguió conversando con él hasta el amanecer.

A aquellas alturas de la historia, tanto Raúl como yo nos desternillábamos de risa. Yo sólo me había reunido una vez con Fidel, cuya mente asombrosa y cuya pasión eran un manantial de palabras. Pero me bastó como muestra. El único que no se reía cuando Raúl Castro retomó el hilo fue nuestro traductor.

–En mi primera declaración después de que Fidel cayera enfermo dije que estamos dispuestos a discutir sobre nuestras relaciones con Estados Unidos de igual a igual. Más tarde, en 2006, lo dije de nuevo en un discurso en la Plaza de la Revolución. Los medios estadounidenses se burlaron diciendo que yo estaba aplicando cosmética a la dictadura.

Le ofrezco otra oportunidad de hablar al pueblo estadounidense. Responde:

–Los estadounidenses son nuestros vecinos más inmediatos. Deberíamos respetarnos. Nosotros no hemos tenido nunca nada contra el pueblo estadounidense. Unas buenas relaciones serían mutuamente ventajosas. Quizá no podamos resolver todos nuestros problemas, pero podremos resolver muchos de ellos.

Hace una pausa y medita lentamente un pensamiento.

–Voy a decirte algo que no he dicho nunca antes en público. En algún momento alguien del Departamento de Estado lo filtró, pero lo silenciaron de inmediato por miedo al electorado de Florida, aunque ahora, cuando se lo diga, el Pentágono pensará que soy indiscreto.

Contengo la respiración mientras espero sus palabras.

–Desde 1994 hemos estado en contacto permanente con los militares estadounidenses, por acuerdo mutuo secreto –me dice Castro–. Se basó en la premisa de que discutiríamos asuntos únicamente relacionados con Guantánamo. El 17 de febrero de 1993, tras una petición de Estados Unidos de que discutiésemos asuntos relacionados con localizadores de boyas para la navegación de barcos en la bahía, fue el primer contacto en la historia de la Revolución. Entre el 4 de marzo y el 1 de julio tuvo lugar la crisis de los balseros. Se estableció una línea directa entre nuestros dos ejércitos y el 9 de mayo de 1995 nos pusimos de acuerdo para celebrar reuniones mensuales con altos cargos de ambos gobiernos. Hasta la fecha, ha habido 157 reuniones y todas ellas están grabadas. Las reuniones tienen lugar el tercer viernes de cada mes. Alternamos las localizaciones entre la base estadounidense en Guantánamo y el territorio cubano. Hemos realizado maniobras conjuntas de respuesta a emergencias. Por ejemplo, prendemos un fuego y los helicópteros estadounidenses traen agua de la bahía, de concertación con helicópteros cubanos. [Antes de esto] la base estadounidense en Guantánamo sólo había creado caos. Habíamos perdido guardias fronterizos y tenemos pruebas gráficas de ello. Estados Unidos había alimentado la emigración ilegal, llena de peligros, y sus guardacostas interceptaban a los cubanos que trataban de abandonar la isla. Los traerían a Guantánamo e iniciamos una mínima cooperación. Pero nosotros dejaríamos de guardar nuestra costa. Si alguien quería irse, les dijimos, que se fuera. Y así, con los asuntos de navegación empezamos a colaborar. Ahora, en las reuniones de los viernes siempre hay un representante del Departamento de Estado. –No da ningún nombre. Continúa–: El Departamento de Estado tiene tendencia a ser menos razonable que el Pentágono. Pero ninguno levanta la voz porque… yo no participo. Porque yo hablo fuerte. Es el único lugar en el mundo donde esos dos militares se reúnen en paz.

–¿Y qué pasa con Guantánamo? –le pregunto.

–Te diré la verdad –dice Castro–. La base es nuestro rehén. Como presidente digo que Estados Unidos debe irse. Como militar digo que los dejemos quedarse.

En mi interior empiezo a preguntarme si está a punto de revelarme una gran noticia. ¿O será de poca importancia? Nadie debería sorprenderse de que los enemigos se hablen por detrás del escenario. Lo que sí es una sorpresa es que me lo esté contando. Y, con ello, doy un rodeo y regreso al asunto de un encuentro con Obama.

–En el caso de que se celebrase una reunión entre usted y el próximo presidente, ¿cuál sería la primera prioridad de Cuba?

Sin dudarlo, responde:

–Normalizar el comercio.

La indecencia del embargo estadounidense contra Cuba nunca ha sido más evidente que ahora, en la estela de tres huracanes devastadores. Las necesidades del pueblo cubano nunca han sido más desesperadas. El embargo es sencillamente inhumano y totalmente improductivo. Raúl continúa:

–La única razón del embargo es hacernos daño. Nada puede disuadir a la Revolución. Dejemos que los cubanos vengan de visita con sus familias. Dejemos que los estadounidenses vengan a Cuba.

Parece como si estuviera diciendo, dejémoslos venir a ver esta terrible dictadura comunista de la que no cesan de escuchar en la prensa, donde incluso representantes del Departamento de Estado y destacados disidentes reconocen que en unas elecciones libres y abiertas en Cuba, el Partido Comunista que gobierna obtendría hoy el 80% de los votos. Le enumero una lista de varios conservadores estadounidenses que han criticado el embargo, desde el fallecido economista Milton Friedman a Colin Powell, pasando incluso por el senador republicano de Texas Kay Bailey Hutchison, quien dijo, "Hace tiempo que vengo pensando que deberíamos buscar una nueva estrategia para Cuba. Y ésta consiste en establecer más comercio, sobre todo comercio de productos alimentarios, especialmente si podemos ofrecer al pueblo más contacto con el mundo exterior. Y si podemos remontar la economía eso podría servir para que la gente fuera más capaz de luchar contra la dictadura."

Ignorando el desaire, Castro replica con descaro:

–Aceptamos el reto.

A estas alturas ya hemos pasado del té al vino tinto y a la cena.

–Déjame decirte algo –dice–. Hemos hecho nuevas prospecciones, según las cuales hay grandes posibilidades de reservas de petróleo en nuestro litoral, que las compañías estadounidenses podrían venir a perforar. Podemos negociar. Estados Unidos está protegido por las mismas leyes comerciales cubanas que protegen a cualquier otro país. Quizá pueda haber reciprocidad. Hay 110.000 km cuadrados de mar en el área dividida. Dios no sería justo si no nos concediese algún petróleo. No creo que nos prive de esa manera.

De hecho, el US Geological Survey calcula que en el área hay reservas de nueve mil millones de barriles de petróleo y 31 billones de pies cúbicos de reservas de gas natural en la cuenca marítima del norte de Cuba. Ahora que han mejorado las inestables relaciones con México de los últimos tiempos, Castro está tratando también de mejorarlas con la Unión Europea.

–Las relaciones con la EU deberían mejorar cuando se vaya Bush –dice confiado.

–¿Y con Estados Unidos? –le pregunto.

–Escucha –dice–, tenemos tanta paciencia como los chinos. El 77% de nuestra población ha nacido después del bloqueo. Soy el ministro de Defensa que más ha durado en toda la historia. Cuarenta y ocho años y medio hasta el pasado octubre. Por eso visto este uniforme y sigo trabajando en mi antiguo despacho. No hemos tocado nada en el despacho de Fidel. En las maniobras militares del Pacto de Varsovia yo era el más joven y el que más tiempo estaba en el cargo. Luego fui el más antiguo y sigo siendo el que más tiempo estuvo. Iraq es un juego de niños en comparación con lo que le pasaría a Estados Unidos si invadiese Cuba. –Tras un sorbo de vino, Castro añade–: Prevenir una guerra equivale a ganarla. Ésa es nuestra doctrina.

Una vez terminada la cena, el presidente y yo salimos por de unas puertas correderas de vidrio a una terraza que parece un invernadero con plantas tropicales y pájaros. Mientras continuamos paladeando el vino, dice:

–Hay una película americana en la que la elite está sentada en torno a una mesa y trata de decidir quién será el próximo presidente. Miran por la ventana y ven al jardinero. ¿Sabes a qué película me refiero?

–Being There – digo.

–¡Eso! –responde Castro con excitación–- Being There. Me gustó mucho. Con Estados Unidos existe cualquier posibilidad objetiva. Los chinos dicen: "En el camino más largo uno empieza con el primer paso". El presidente de Estados Unidos debería dar ese primer paso, pero sin amenazar nuestra soberanía. Eso no es negociable. Podemos exigir sin decirle al otro lo que tiene que hacer dentro de sus fronteras.

–Señor Presidente –digo–, durante el último debate presidencial en Estados Unidos vimos cómo John McCain alentaba el acuerdo de libre comercio con Colombia, un país conocido por sus escuadrones de la muerte y sus asesinatos de líderes obreros, y esas relaciones continúan mejorando, conforme el gobierno de Bush trata de hacer avanzar ese acuerdo en el Congreso. Como bien sabe, acabo de llegar de Venezuela, país al que, al igual que a Cuba, el gobierno de Bush considera una nación enemiga, incluso si les compramos mucho petróleo. Se me ocurre que Colombia puede razonablemente convertirse en nuestro aliado geográficamente estratégico en Sudamérica, de la misma manera que Israel lo es en el Oriente Próximo. ¿Tiene algún comentario que hacer?

Medita cuidadosamente la pregunta y me responde en un tono lento y calculado:

–En estos momentos –dice– tenemos buenas relaciones con Colombia. Pero debo decir que si hay un país en Sudamérica con un entorno vulnerable a eso… es Colombia.

Teniendo en mente las sospechas de Chávez sobre las intenciones estadounidenses de intervenir en Venezuela, respiro hondo.

Se está haciendo tarde, pero no quería irme sin preguntarle a Castro sobre las alegaciones de violaciones de derechos humanos y el narcotráfico, supuestamente facilitado por el gobierno cubano. Un informe de 2007 de Human Rights Watch señala que Cuba "sigue siendo el único país en Latinoamérica que reprime casi cualquier forma de disidencia política". Además, hay unos 200 prisioneros políticos en Cuba hoy en día, aproximadamente el 4% de los cuales están condenados por crímenes de disidencia no violenta. Mientras espero los comentarios de Castro, no puedo evitar pensar en la cercana prisión estadounidense de Guantánamo y en los horrendos crímenes que Estados Unidos comete contra los derechos humanos.

–Ningún país está libre de abusos contra los derechos humanos al cien por cien –me dice Castro. Pero insiste–: Los informes de los medios estadounidenses son muy exagerados e hipócritas.

De hecho, incluso destacados disidentes cubanos, como Eloy Gutiérrez Menoyo, reconocen estas manipulaciones y acusan a la Oficina de Intereses de Estados Unidos de obtener testimonios disidentes por medio de pagos en metálico. Irónicamente, en 1992 y 1994 Human Rights Watch también describió desórdenes e intimidaciones por parte de grupos anticastristas en Miami, descritas por el escritor y periodista Reese Erlich como "violaciones normalmente asociadas con dictaduras latinoamericanas".

Dicho lo cual, soy un estadounidense orgulloso y sé positivamente que si fuese ciudadano de Cuba y tuviese que escribir un artículo como ése sobre los dirigentes cubanos podrían encarcelarme. Más aún, estoy orgulloso de que el sistema establecido por nuestros padres fundadores, aunque hoy en día no sea exactamente el mismo, nunca haya dependiódo de sólo un gran líder por época. Estas cosas siguen estando en entredicho con respecto a los héroes románticos de Cuba y Venezuela. Pienso en mencionarlo, y quizá debiera hacerlo, pero tengo algo distinto en mente:

–¿Podemos hablar sobre drogas? –le pregunto a Castro. Me responde:

–Estados Unidos es el mayor consumidor de narcóticos en el mundo. Cuba está situada directamente entre Estados Unidos y sus proveedores. Para nosotros es un gran problema… Con la expansión del turismo se ha desarrollado un nuevo mercado y nosotros nos enfrentamos a él. Se dice también que permitimos que los narcotraficantes atraviesen el espacio aéreo cubano. No permitimos algo así. Estoy seguro de que algunos de esos aviones se nos cuelan. Si ya no tenemos un radar de baja altitud en funcionamiento se debe simplemente a las restricciones económicas.

Aunque parezca un cuento chino no es así. Según el coronel Lawrence Wilkerson, un antiguo consejero de Colin Powell, Wilkerton le dijo a Reese Erlich en una entrevista del pasado enero que "los cubanos son nuestros mejores aliados en la guerra contra las drogas y contra el terrorismo en el Caribe. Incluso mejores que México. Los militares consideran que Cuba es un aliado muy cooperativo."

Quiero hacerle a Castro por última vez la pregunta que no me ha respondido, pues nuestro mutuo lenguaje corporal nos indica que ya pasó la medianoche. Es la 1 de la madrugada, pero él se lanza:

–Bueno –dice–, me preguntaste que si yo aceptaría un encuentro con Obama en Washington. Tendría que pensarlo. Lo discutiría con mis camaradas de la dirigencia. Personalmente creo que no sería justo que yo fuese el primero en visitar, porque siempre son los presidentes latinoamericanos quienes van primero a Estados Unidos. Pero tampoco sería justo esperar que el presidente de Estados Unidos venga a Cuba. Deberíamos encontrarnos en un lugar neutral.

Hace una pausa y deposita su copa de vino vacía.

–Quizá podríamos encontrarnos en Guantánamo. Tenemos que encontrarnos y empezar a resolver nuestros problemas y, al final del encuentro, podríamos darle un regalo al presidente… podríamos enviarlo de vuelta con la bandera estadounidense que ondea en la Bahía de Guantánamo.

Cuando salimos de su despacho seguidos por el personal, el presidente Castro me acompaña en el ascensor hasta el vestíbulo y viene conmigo hasta el coche que me espera. Le doy las gracias por la generosidad de su tiempo. Cuando el chófer arranca el motor, el presidente da unos golpecitos en la ventanilla de mi lado. Bajo el cristal mientras que él mira su reloj y se da cuenta de que han pasado siete horas desde que iniciamos la entrevista. Sonriendo, dice:

–Ahora voy a llamar a Fidel. Te lo prometo. Cuando Fidel se entere de que he hablado contigo durante siete horas se asegurará de concederte siete horas y media cuando regreses a Cuba.

Reímos al unísono y nos damos un último apretón de manos.

Ha llovido antes por la noche. En esta oscuridad de las primeras horas, mientras los neumáticos pulverizan agua sobre la húmeda calzada de una apacible mañana habanera, me doy cuenta de que las cuestiones más básicas de la soberanía permiten comprender muy bien las complejidades del antagonismo estadounidense contra Cuba y Venezuela, así como las políticas de ambos países. Nunca han tenido más que dos opciones: o ser imperfectamente nuestros o imperfectamente suyos.


¡Viva Cuba, viva Venezuela, viva USA!

Cuando regresé a la casa del protocolo eran cerca de las dos de la mañana. Mi viejo amigo Fernando, temiendo que llegase borracho, me había esperado. Mis compañeros habían pasado una mala noche. El pobre Fernando había pagado los platos rotos de su frustración. No sabían dónde estaba ni por qué me había ido sin ellos. Y los funcionarios cubanos que habían podido contactar les habían insistido en que estuviesen preparados por si acaso alguno de los hermanos Castro les ofrecía espontáneamente una entrevista. De manera que también se habían perdido al menos una noche cubana. Después de ponerme al corriente, Fernando se fue a dormir un par de horas. Yo me quedé revisando mis notas y fui el primero en sentarme a la mesa para el desayuno, a las 4:45. Cuando Douglas e Hitch bajaban por las escaleras, me cubrí la cabeza con el borde del mantel fingiendo vergüenza. Supongo que en aquellas circunstancias era un poco temprano (y no sólo por la hora) para poner a prueba su humor. La broma no funcionó. Mientras que Fernando volaba hacia a Buenos Aires, nosotros desayunamos tranquilamente y luego volamos de vuelta al hogar, dulce hogar.

Cuando llegué a Houston me di cuenta de que había sobrestimado la insensibilidad de aquellos dos profesionales con experiencia. Cualquier hielo previo se había fundido. Nos dijimos adiós, celebrando aquellos días emocionantes. Ninguno de ellos había sido lo bastante malicioso como para preguntarme por el contenido de mi entrevista, pero cuando se disponía a conectar con el vuelo que lo llevaría hacia el Este, Christopher me dijo al despedirse, "Bueno... supongo que la leeremos".


¡Sí, se puede!

Estaba sentado en el borde de la cama con mi mujer, mi hijo y mi hija. Se me saltaron las lágrimas mientras Barack Obama hablaba por primera vez como presidente electo de Estados Unidos. Cerré los ojos y empecé a ver una película en mi mente. También podía oír la música, que muy apropiadamente era de las Dixie Chicks cantando una canción de Fleetwood Mac sobre imágenes montadas a cámara lenta. Allí estaban Bush, Hannity, Cheney, McCain, Limbaugh y Robertson. Los vi a todos. Y la canción fue en aumento conforme la imagen de Sarah Palin acaparaba la pantalla. Natalie Maines cantaba dulcemente,

Y vi mi reflejo en las colinas cubiertas de nieve
hasta que la victoria aplastante me derrumbó
Victoria aplastante me derrumbó…


Fuente: Conversations With Chavez and Castro

Sean Penn es actor y director de cine estadounidense.

Germán Leyens y Manuel Talens son miembros de Rebelión. Talens es asimismo miembro de Cubadebate y Tlaxcala.